El
siguiente trabajo intenta aproximarse críticamente al libro Donde viven los monstruos de Maurice
Sendak para indagar los supuestos de orden psicológico que lo sustentan.
Los
materiales teóricos siguen fundamentalmente la línea planteada por Bruno
Bettelheim en Psicoanálisis de los
cuentos de hadas ya que en el relato, entiendo, son propicias las
consideraciones del autor para poder pensar este cuento, más allá de que el
mismo no se encuadre en la tipología de los llamados “cuentos de hadas”.
Donde viven los monstruos es un
libro contemporáneo y “reciente” en relación a los cuentos clásicos, ya que fue
publicado en 1963 en la ciudad de Nueva York. Luego, se reeditó en diversos
idiomas, adquiriendo una notable notoriedad dentro de la literatura infantil.
En parte esto se debe a cierta particularidad y novedad en
la construcción del libro: es un libro
álbum. Esta categoría es
identificable a través de un procedimiento, un técnica, que involucra
dialécticamente la narración y la ilustración. Es decir, propone un texto breve
que merced a sus ilustraciones cobra significado la obra. La escritura por
momentos se suspende y comienzan las ilustraciones que deben ser leídas por el lector para continuar la
historia.
Este hecho enriquece el relato y habilita a los lectores en
su construcción del sentido. Y en dirección al análisis propuesto en este
trabajo, la representación gráfica de los monstruos será de suma importancia
para poder pensar la relación con los clásicos monstruos, así como también
intentar dilucidar la complejidad y polisemia que sostiene la obra en torno a
la vocablo “monstruo”.
La historia
El personaje principal es un niño llamado Max que luego de
desobedecer a su madre varias veces, ésta lo llama “monstruo” y lo castiga confinándolo a quedarse sólo en su
habitación. Allí comienza a imaginarse una selva, luego un cascada y por último
aparece un bote. Decide entonces emprender un viaje, llega a una isla habitada
por monstruos, y sorprendentemente es él quien los asusta, por lo tanto los
monstruos deciden nombrarlo “rey de los monstruos”. Luego de pasar una
temporada allí vuelve a sus casa, más puntualmente a su habitación, “donde su
cena lo estaba esperando.”1
En primer lugar observamos una exaltación de la imaginación
que se ejemplifica a través de los dibujos: una selva que crece, lianas, una
luna que inunda al cuarto de luz, y una
actitud socarrona y desafiante del personaje que disfruta de lo que ha creado.
Aúlla a la luna como un animal salvaje. Todo ello está contado a través de
imágenes. La explicación textual no aparece, la lectura queda a cargo del
lector que debe detenerse ante las ilustraciones para lograr la descripción -
narración. Los detalles son fundantes del proceso interpretativo y los gestos
del personaje devuelven su actitud frente al mundo: continúa desafiándolo, como
hizo anteriormente con su madre. Sin embargo ahora el desafío lo instaura él a
partir de crear su mundo y disfrutarlo.
Bruno Bettelheim considera la
exaltación de la fantasía como un momento de suma importancia para la
construcción de la psiquis infantil en tanto provee al niño de un material
“que
será una inagotable fuente de trabajo para el YO. (…) Muchos padres temen que
la mente de un niño se vea desbordada por la fantasía de los cuentos y que
luego se nieguen a enfrentarse a la realidad. Sin embargo lo que ocurre es lo
contrario.(…) La personalidad necesita el apoyo de una fantasía rica, combinada
con una conciencia sólida y una
comprensión clara de la realidad”[1].
Por ello este tipo de cuentos es muy
adecuado para el desarrollo de los niños que extrayendo su material de allí
evitan que “su imaginación quede fijada
dentro de los límites estrechos de ensoñaciones angustiosas”.[2]
Avanzado en el relato, Max toma su bote y llega a una isla.
Este momento marca el nudo de la historia: allí encuentra monstruos que hacen
gestos amenazadores pero de ningún modo intimidantes, su expresión no concuerda
con los terribles cuerpos que poseen, es más bien ridícula. Max continúa con su altivez, amarra su barco y los
asusta. En este momento los monstruos deciden nombrarlo “rey de los monstruos”
y comienza una celebración nocturna con bailes. La llegada a la isla retoma la
idea de los mitos griegos donde el héroe parte de su hogar, llega a una tierra
inhóspita, sortea peligros, resulta vencedor y vuelve a su lugar. Sin embargo en Donde viven los monstruos lo que doblega a los habitantes de la
isla no es la espada ni ayuda de los dioses sino la polaridad que encarna Max
al ser más temible que los monstruos mismos.
Dice Bettelheim al respecto:
“Tanto los animales peligrosos como
los buenos representan nuestra naturaleza irracional, nuestros impulsos
instintivos. Los peligros simbolizan el Ello en estado salvaje, con toda su
peligrosa energía y no sujeto todavía al control de YO y del SUPER-YO.”[3]
La tarea de Max es poner orden al caos que impera en la
isla, que puede pensarse como una proyección de la vida interna. Al final del
período edípico y post- edípico, explica Bettelheim citando a Freud, “el
niño puede encontrarse con una sensación de sentimientos contradictorios,
ambivalentes. Experimentan la doble sensación de amor y odio, y de deseos y
temores, como un caos incomprensible.”[4]
Max enfrenta a los monstruos y los “domina”.
Puede pensarse, entonces, como “el
YO que comienza a luchar para enfrentarse al mundo interno de los impulsos y a
los difíciles problema que plantea el mundo externo.”[5]
Resulta interesante cómo el proceso interpretativo del
lector se ve incentivado aquí. La ausencia de palabras deja espacio a la
ilustración y devienen seis páginas donde la fiesta monstruosa es descripta a través de las
imágenes. Max impone el orden y triunfa.
En este sentido, debo decir desde mi experiencia como
docente, que es llamativo cómo los niños se detienen en las imágenes, las
exploran, buscan detalles para poder dar significado al cuento. Y resulta aún más interesante la narración
particular que cada uno de ellos hace del texto, ya que es un libro que deja al
lector seleccionar lo significativo a nivel individual, así como también
permite un proceso de re-narración sumamente rico y complejo.
Los niños realmente
disfrutan de esta fiesta que “comanda” el personaje, que una vez que dominó el
territorio, transita libremente por suelo salvaje.
Y, desde esta mirada, en el proceso de interpretación de las
ilustraciones cobran relevancia puntualmente los monstruos, a los que jamás se
los describe con palabras. Son monstruos bastante singulares: están
constituidos como animales antropomórficos. Uno tiene cabeza de toro, cuerpo de
oso y pies humanos; otro cabeza de ave, cuerpo erguido como humano pero con
escamas. Otro tiene cabeza de león pero con cuerno y extremidades de ave, y
similarmente están constituidos los demás. Pero hay algo que es común a todos:
ojos grandes y amarillos y una mirada reverencial ante el protagonista, que por
más que ellos lo multiplican en tamaño, ejerce su reinado y éstos le rinden
pleitesía.
La particularidad de estos personajes se instaura en la
distancia que cobran en relación a los monstruos clásicos, es decir a los
ogros, brujas, trolls, gigantes, etc. En los cuentos clásicos la polaridad
Bien/Mal, está perfectamente delineada. Es muy difícil, salvo que exista algún
tipo de trastorno, que un niño se
identifique con un ogro malvado y no con el héroe de la saga. Es decir, no hay
medios en estos personajes, son
totalmente buenos o totalmente malos. Bettelheim rescata esta polaridad
de los cuentos de hadas como positiva en tanto produce la diferenciación y
valoración de acontecimientos. Así como también la necesidad de que el malo
reciba un castigo.
Pero los monstruos de Sendak son diferentes, idolatran a Max
y hasta se lamentan cuando decide regresar a su hogar. Se podría pensar como un
corrimiento del monstruo clásico porque los sustentos del cuento van en otra
dirección: no se viaja a luchar contra dragones feroces sino que el viaje tiene
como meta desplegar su Ello fuera del alcance de la mirada materna. Y para que
esto pueda resultar, debe mezclarse, identificarse una temporada con los
monstruos.
El lugar de los monstruos
Es
significativo, así mismo, que este libro
se abra con una certeza: los monstruos viven y deben estar en algún lugar. Esta
perspectiva, que habilita el mundo literario al cual nos adentramos, nos lleva
a interrogarnos sobre cuál es el lugar de lo monstruoso para un niño, qué
camino se recorre para llegar a él, o mejor dicho, cómo se llega a ese lugar.
Sendak propone al lector que descubra un lugar que en apariencia es temido pero
que luego es tierra conquistada por un niño, que entra y sale de ese lugar de
modo airoso. El lugar de lo monstruoso de algún modo es avasallado por el
protagonista y luego burlado. El llega y se va cuando quiere. Este cuento
corresponde a la estructura: fantasía, superación, huida y alivio. Estos
relatos simbolizan frecuentemente los pasajes para el desarrollo personal de un
niño: “la huida física del dominio de sus
padres cuenta después con un período prolongado de superación, de conquista de
la madurez.”[6]
La huida está simbolizada con el castigo que impone su madre, más puntualmente
con la prohibición de “portarse mal”. Por lo tanto es significativo observar
que Max es llamado monstruo porque corrió al perro con un tenedor, entre otras
cosas. En este punto nos podríamos remitir al momento en que los niños
comienzan a caminar (momento de separación filial) , que señala Dolto, es donde
“los padres empiezan a establecer
prohibiciones para proteger al niño y la primera ley: la de no hacer daño a
nadie ni matar.”[7]
Y luego relacionarla con la cuestión de devorar, de la oralidad, de lo salvaje,
(atributos que significativamente poseen y constituyen los monstruos de los cuentos de hadas) es
decir de la etapa oral. "hay que
castrar la lengua del pezón para que el niño pueda hablar"[8],
declaraba Françoise Dolto.
El viaje imaginario
comienza a partir de quedarse en su cuarto. Transita la tierra monstruosa y
luego de haber sorteados y dominado peligros, regresa aliviado a su hogar. Se
experimenta este “alivio” al haber alcanzado de manera simbólica la certeza de
que posee sus propios medios para conseguir lo que desea. La coronación como
rey de la isla es la consumación simbólica de la “independencia” del sujeto,
que se siente seguro en su lugar “como en
el reino de su cuna cuando se lo cuidaba”[9].
Sin embargo, continúa Bettelheim “El niño
no es consciente de sus procesos internos y, por ello, se externalizan en el
cuento y se representan por medio de acciones que encarnan luchas internas y
externas.”[10]
Por otro lado, cabe también preguntarse, por el lugar de lo
monstruoso en relación a su madre: ella lo llama “monstruo” al comenzar el
libro, no hay ilustración de este personaje, sólo las palabras que profiere
cuando Max la desobedece. En este sentido la investidura monstruosa de Max,
cuando empieza a imaginar su aventura, encuentra su correlato en la imagen que
le devuelve su madre.
La lectura
se vuelve tensa en este sentido. La actitud es desafiante, se convierte en el rey de los monstruos y es coronado por
ellos. La función que ejerce la madre es la de habilitar el corte y la
separación, necesaria para la estructura psíquica del niño. Max se enoja con su madre, y esa actitud
resulta ser habilitante para la “huida” a la tierra de los monstruos. Dolto afirma que “al andar, el niño se aleja de su madre para descubrir el espacio. Es
necesario no refrenarlo en esta primera autonomía”[11]
para que pueda desarrollarse.
Así mismo, Freud (1913) señala que “los cuentos infantiles tienen la función de darle al niño la posibilidad de representar y
simbolizar fantasías primitivas muy reprimidas.”[12] Es decir, Max convertido
temporalmente el monstruo, despliega libremente su Ello.
El cuento comienza con
el distanciamiento de su madre, realizado a través de la exaltación de su
imaginación. La permanencia de la ausencia materna, que construirá un espacio y
tiempo determinado en el relato, creará el espacio donde Max se desarrolle,
crezca, luche y conquiste. El llamarlo monstruo enfatizada el gesto de alejamiento y
paradójicamente lo habilita, mediante su enojo, a seguir su recorrido.
Y se va a una isla particularmente. Max se a-isla en ese
lugar por un tiempo. Dice el texto:
“Y cuando llegó al lugar
donde viven los monstruos
ellos rugieron sus
rugidos terribles y crujieron sus
dientes terribles
y movieron sus ojos terribles y mostraron sus
garras terribles
hasta que Max dijo
“QUIETOS”
y los amansó con el truco mágico de
mirar directamente a los ojos amarillos
de todos ellos
sin pestañear ni una
sola vez
y se asustaron y dijeron
que él era el más monstruo de todos y
lo hicieron rey de los
monstruos”[13]
La isla como lugar de realización de una fantasía, donde el
desarrollo potencial y primitivo se
despliega. En El creador literario y el
fantaseo Freud señala que:
“Es lícito decir que el dichoso
nunca fantasea; sólo lo hace el insatisfecho. Deseos insatisfechos son las
fuerzas pulsionales de las fantasías, y cada fantasía singular es un
cumplimiento de deseo, una rectificación de la insatisfactoria realidad. Son
deseos ambiciosos, que sirven a la exaltación de la personalidad, o son deseos
eróticos.”[14]
El personaje abre un mundo imaginario donde sus fantasías se
revelan en la consumación de su actuar “salvaje”.
Conclusión
Donde
viven los monstruos fue rechazado por la crítica en una primera instancia por
postular valores “incorrectos” como la desobediencia o la excesiva imaginación.
Luego fue valorándose a la luz de las nuevas teorías literarias. Graciela
Montes[15]
en El corral de la infancia analiza los modos pedagógicos que cimentaron
las formas de seleccionar la literatura infantil en las últimas décadas. Así se
llegó a la supresión de todo aquello que se consideraba “cruel” como los cuentos clásicos. Esto
derivó también en el vaciamiento de la riqueza del lenguaje para,
supuestamente, hacerlo más accesible.
Por ello habla de “corral”, de “encerrar” es decir de
coartar la riqueza literaria, su
fecundidad simbólica tan propicia para el desarrollo humano. Esta perspectiva,
de algún modo moralizante y que pretendió “proteger” la infancia, según Montes,
llevó al empobrecimiento del lenguaje, y a la producción de textos literarios
pobres y reductivos.
Sobre ésto último Bettelheim resalta que: “La eliminación de los cuentos de hadas por
parte de padres modernos, inteligentes y bien pensantes, porque promovían la
fantasía, va en contraposición con el desarrollo de la personalidad”.[16]
Es decir, la privación del acceso a este tipo de cuentos fue
en detrimento de las potencialidades humanas del niño.
Quizás haya muchas
cuestiones para poder pensar este relato que nos lleven a un análisis más
minucioso. El libro propone tantas entradas analíticas como modos de lectura
individuales. Lo que nos resulta evidente es que la calidad de la obra aparece
de modo insoslayable tanto a nivel textual como de la ilustración.
Bibliografía Fuente:
Sendak, Maurice: “Donde Viven Los Monstruos”. Alfaguara
Infantil. Buenos aires 2007
Bibliografía
de Consulta:
AAVV
(2009): “El texto literario”, “La narrativa”, “El discurso poético”. En Entre
libros y lectores I. El texto literario. Editorial Lugar. Colección Relecturas
Bettelheim,
Bruno. El psicoanálisis y los cuentos de
hadas. Barcelona: Crítica. 1995.
Díaz
Ronner, María Adela: “Cara y cruz de la literatura infantil”. Lugar Editorial.
Colección Relecturas. Bs As. 2001.
Dolto, Françoise. Infancias. Buenos Aires: Libros del
Zorzal. 2001.
Freud, Sigmund. El creador literario y el fantaseo. [1907] Obras Completas. Tomo
IX. Buenos Aires: Amorrortu. (1984).
Mannoni, Octave. [1988] Un
intenso y permanente asombro. Barcelona: Gedisa.(1989). Cap. I y II.
Montes,
Graciela (2001): “Realidad y fantasía o cómo se construye el corral de la
infancia”. En El corral de la infancia. Nueva edición revisada y aumentada.
Editorial Fondo Cultura Económica
-------------------- (2007): “La
gran ocasión. La escuela como sociedad de lectura”. Plan Nacional de Lectura.
Ministerio Educación, Ciencia y Tecnología
[1]
Bettelheim, Bruno. El
psicoanálisis y los cuentos de hadas. Barcelona: Crítica. 1995. Pág. 134.
[7] Dolto,
Françoise. Infancias. Buenos Aires:
Libros del Zorzal. 2001. Pág 61.
[9] Bettelheim,
Bruno. El psicoanálisis y los cuentos de hadas. Barcelona: Crítica. 1995. Pág
144.
[11] Dolto,
Françoise. Infancias. Buenos Aires:
Libros del Zorzal. 2001. Pág 62.
[12] Freud,
Sigmund. El creador literario y el fantaseo.
[1907] Obras Completas. Tomo IX. Buenos Aires: Amorrortu. (1984). Pág 62
[13] Sendak, Maurice: “Donde Viven Los Monstruos”. Alfaguara
Infantil. Buenos aires 2007. Pág. 11 -15.
[14] Freud,
Sigmund. El creador literario y el
fantaseo. [1907] Obras Completas. Tomo IX. Buenos Aires: Amorrortu. (1984).
Pág 65.
[15] Montes,
Graciela (2001): “Realidad y fantasía o cómo se construye el corral de la
infancia”. En El corral de la infancia. Nueva edición revisada y aumentada.
Editorial Fondo Cultura Económica. Capítulo I
[15]
[16] Bettelheim, Bruno. El
psicoanálisis y los cuentos de hadas. Barcelona: Crítica. 1995. Pág 23.