Se trata de que, por un tiempo, en la escuela, en el aula, el infantil sujeto se olvide de todo aquello que se visibiliza en la dimensión plana de la escritura: se olvide de los puntos, de las comas, de la ortografía, de los sustantivos, adjetivos y pronombres. Que traspase ese plano para zambullirse en una dimensión más profunda, para que pueda vivenciar la experiencia que supone el traspaso de una frontera. Que pueda sentirse parte de ese territorio explorado en la medida en que “algo” le viene a tocar su cuerpo, haciéndolo vibrar, sacándolo de un sueño en el que se encuentra posiblemente perdido: “su propia vida”.

Ana Bloj

22 jun 2012

The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore

 Morris Lessmore vive en un hotel rodeado de libros de todos los tamaños. Su vida está dedicada fervientemente a la lectura y a la escritura. Cierto día, sentado en el balcón de su habitación, pluma y libro en mano, un terrible huracán arrasa con la ciudad, levantando las viviendas en el aire, destrozando todo a su paso a lo Wizard of Oz. El viento feroz arranca hasta la tinta de las palabras que habitan las páginas de papel. Pero no es el fin. Lessmore se ve transportado a un lugar mágico, donde los libros pueden volar. Encuentra allí una casa repleta de tomos, volúmenes, obras de todos los tipos, huérfanas de alguien que los cuide. En uno de los cientos de estantes, Morris encuentra un viejo y polvoriento ejemplar, de tapas descosidas y hojas sueltas, incapaz de levantar el vuelo. Lessmore, movido por el lamentable estado de aquella obra, decide repararla, y verá así ante él un nuevo cometido en la vida, que cumplirá hasta el final de sus días.
     De este asombroso cortometraje (Oscar® al mejor corto de animación) pueden hacerse múltiples lecturas. Los del gremio editorial verán sin duda una simbología que alude directamente a la situación actual del libro impreso, y a ellos me uno cuando digo que efectivamente existe una clara referencia a esa cuestión. De toda la historia subyace una cierta melancolía hacia el libro encuadernado que de una manera u otra nos ha acompañado durante tantísimos años, y que ha producido numerosos detractores de las nuevas tecnologías. Esa nostalgia del libro como objeto material, palpable y valioso, lleva a Joyce y Oldenburg, directores del film, a inventar una fábula sobre cómo el libro, al que siempre se le ha considerado como un ente vivo en cuanto que interactúa con el lector a tantos niveles y transmite y provoca infinidad de reacciones, emociones, sensaciones, reflexiones y percepciones en función del tiempo y del espacio, se convierte ahora en un ser mudo y desamparado, totalmente desprovisto de alguien que vele por su “salud” y “bienestar”.
     En esta discusión de modelos, habrá quien argumente una defensa acérrima del códice. Y habrá quien abogue por las ventajas y la conveniencia del ebook. Parece ser que el mercado se inclina más por el segundo. Y es posible que en términos prácticos (producción, distribución, venta, conservación, etc.) el formato digital acabe desplazando al libro impreso. Pero yo me quedo con un detalle: de todas las técnicas de animación que ofrece el cine, algunas de las cuales –dibujo, stop-motion, any-mation– se habrían prestado más acordes al mensaje de esta historia –lo tradicional frente a lo novedoso–, este film está hecho en 3D. Curioso ensamblaje de significantes y significados. El debate no ha hecho más que empezar. 
(http://courierdoce.wordpress.com/2012/03/01/the-fantastic-flying-books-of-mr-morris-lessmore-2011/)




9 jun 2012

1 jun 2012

Los padres de las criaturas

Por Mariana Enriquez
Maurice Sendak puede señalar exactamente el momento que determinó su obsesión con la infancia. El tenía cuatro años, paseaba con su madre y se detuvo ante un puesto de venta de diarios. Allí, en la tapa, estaba la foto de Charles Lindbergh Jr., el hijo del célebre aviador, que había sido secuestrado dos meses antes. El niño Lindbergh, de apenas veinte meses, estaba muerto en la foto de portada, su cuerpo en descomposición, señales de que había sido mordido por animales en la intemperie donde fue encontrado, el cráneo hundido por un golpe, las manos y una pierna mutilada. Maurice no pudo olvidar nunca al bebé Lindbergh muerto. Años después, cuando la gente le discutía que esa morbosa foto nunca había sido publicada, que sólo existía en su imaginación, encontró a un periodista del Daily News que le explicó lo sucedido: la foto había sido la tapa de la edición matutina, pero en la vespertina fue eliminada por presiones de Lindbergh padre, quien demandó al diario. (“Fui uno de los privilegiados que vieron la imagen.”) El periodista le regaló una copia de la foto, y la imagen de ese niño muerto sirvió de inspiración para varias ilustraciones. “Nunca pude dejar atrás el impacto de la noción de que uno puede morir siendo un niño. Y luego esa obsesión se cimentó porque conocí a muchos chicos que murieron. Incluso fui la causa directa de la muerte de un niño. Se llamaba Lloyd. Era mi amigo y estábamos jugando a la pelota en un callejón de Brooklyn. Yo pateé, Lloyd fue a buscar la pelota y lo siguiente que escuché fue un golpe. Lo vi volar después. Fue atropellado y murió en el impacto. Me encerré en mi habitación. No pude hablar del tema hasta que me vino a ver su hermana; y fue amable conmigo, me consoló, me tomó de la mano, me perdonó.”
Sendak con Max.
Cuando Maurice Sendak le cuenta la muerte de su amigo Lloyd a Spike Jonze y a Lance Bangs en el documental Tell Them Everything you Want (2009), no puede evitar ponerse a llorar. El autor de libros para chicos más notable de Estados Unidos –uno de los más notables del mundo– es un hombre melancólico de 82 años, muy gracioso, fatalista; cada vez que abre la boca le sale alguna amarga ironía. “Yo sé que soy un privilegiado –le dice a Jonze–, pero no puedo sentirlo. Es como si tuviera algo muerto adentro. No encuentro alegría.” Jonze dice que quisiera estrangularlo, obligarlo a reconocer que hay dicha en su vida. Sendak hace un chiste, y después concede hacer una enumeración de las cosas que, en esta vida, le hicieron sentir algún momento de felicidad. Menciona a su perra Jennie, que fue protagonista de sus libros durante sus trece años de vida; recuerda brevemente –porque, se nota, prefiere evitar el sentimentalismo– a su pareja, Eugene Glynn, un psicólogo que fue su compañero durante cincuenta años. Habla de sus hermanos, a quienes amaba locamente; con el mayor solía fabricar juguetes, extrañas miniaturas móviles, ideales para un gabinete de curiosidades. Todavía conserva unos cuantos en su casa. No menciona a los niños entre sus disparadores de alegría. Sendak no tuvo hijos, y nunca quiso tenerlos: “Tener hijos requiere talento, como cualquier actividad creativa. Yo no tengo ese talento. Mis padres tampoco lo tenían, y no tendrían que haber tenido hijos. Yo quise dedicar mi vida a ser artista, y uno no debería quitarles tiempo a sus hijos por ningún motivo. Ser gay lo resolvió”. Sendak salió públicamente del closet hace muy poco, en 2008. “Creí que iba a arruinar mi carrera. Un gay haciendo libros para chicos... imagínense. Además no quería que mis padres se enteraran. Y nunca se enteraron, murieron sin saberlo.”
Los libros de Maurice Sendak nunca necesitaron más controversia. Donde viven los monstruos fue muy resistido por sus editores, y criticado por célebres psicólogos infantiles como Bruno Bettelheim. Eso no pudo evitar que se imprimieran 19 millones de copias del libro desde su primera edición en 1963, ni que sea el libro infantil más solicitado en la historia de las bibliotecas públicas de Occidente. Sigue siendo, claro, su libro más famoso, pero hubo otros que causaron revuelo. In the Night Kitchen (1970), por ejemplo, fue resistido porque el niño protagonista se encuentra gran parte del tiempo desnudo con los genitales a la vista. Los críticos lo consideraron demasiado cerca de lo sexual, casi perverso. Sendak cree que hay un problema básico en cómo se encara la ficción sobre –no necesariamente para– niños en Estados Unidos. Recientemente decía en una entrevista para Newsweek: “Los europeos hacen películas sobre chicos como Los 400 golpes o Mi vida como perro, que es una de las mejores películas del mundo. Es duro ver su sufrimiento cuando su madre se está muriendo y él se mete bajo la cama. Esa es la manera en que lidian con los chicos, y siempre lo han hecho. Nosotros somos aprensivos. Estamos arruinados por Disney: creo que Disney es terriblemente malo para los chicos. No queremos que los niños sufran. Pero, ¿qué hacemos para manejar el hecho de que sí sufren? El truco es convertirlo en arte. No asustar a los chicos, ésa no es la intención”. Más tarde, la revista le pregunta a Sendak qué les diría a los padres que creen que Donde viven los monstruos les puede dar miedo a los chicos. Y Sendak contesta: “Que se vayan al infierno. Es una pregunta que no pienso tolerar. Y si los chicos no pueden aguantar la película, que se vayan a casa también. O que se hagan pis encima. Que hagan lo que quieran”.
Sendak suele confesar que no siente una gran pasión por la infancia. “No tengo adoración por la niñez. Es algo peculiar esto que hago. Es una disfunción. Es lo que me sale. Escribo libros para chicos, pero no como si me encantara estar rodeados de niños correteando a mi alrededor. Esa situación sólo me gusta cuando está sobre papel.”
una escena de la película y una similar en el dibujo original del libro de Sendak.

Versiones de versiones

Spike Jonze y Dave Eggers trabajaron durante cinco años en el guión de Donde viven los monstruos, a veces en reuniones de ocho horas en las que sólo escribían 20 minutos. Muy pronto, Jonze supo que su película sería sobre la infancia. Que terminaría en el estante “para niños”, pero que no estaba destinada a los chicos. Y que al trabajar con un libro que les da la bienvenida a las interpretaciones y a la apropiación, ese Max castigado con no cenar que huye hacia una isla con los monstruos iba a ser el propio Jonze: sus propias angustias iban a estar allí. En el proceso de escritura, a su co-guionista Dave Eggers le pasaba lo mismo: quería incluir cosas personales. La puja se resolvió de una manera extravagante: Eggers novelizó el libro original tomando como base, además, el guión. Maurice Sendak estuvo muy conforme y hasta exultante con todas estas versiones: su sueño siempre fue que cada cual hiciera propia una historia que para él también era muy personal. Los monstruos, por ejemplo, salieron de su experiencia: “Son mis parientes. Eran inmigrantes europeos, polacos, venían a comer los fines de semana y mi madre cocinaba. Tres tías y tíos que no hablaban inglés. Te agarraban los cachetes y te retorcían la cara, y ellos creían que era algo afectuoso. Y yo sabía que mi madre cocinaba pésimo y tardaba mucho y creía que había posibilidades ciertas de que me comieran a mí, o a mis hermanos. Teníamos fantasías perversas de que eran capaces de hacerlo. Esos son los monstruos, entonces: extranjeros perdidos en Estados Unidos, sin lenguaje, ante niños que no entienden sus gestos”.
El desafío de Eggers era tan importante como el de Jonze: tocar un libro perfecto como Donde viven los monstruos y llevarlo al cine y la novela es un asunto para personas arriesgadas. Pero Eggers es un atrevido desde hace tiempo en su literatura: puede pasar de biografía novelizada sobre un refugiado sudanés como Qué es el Qué a dictar talleres como los de 826 Valencia, o fundar la editorial McSweeney’s, o incursionar en la no ficción con Zeitoun sobre un inmigrante árabe durante la crisis del huracán Katrina, o hacer un memoir sobre su familia como A Heartbreaking Work of Staggering Genius; el juego con los géneros y la diversidad de los abordajes es su terreno ideal. Los monstruos (The Wild Things), la novela resultante, no está entre lo mejor de su trabajo, pero tiene un encanto particular. O como escribía Patrick Ness para The Guardian: “Eggers hace un buen trabajo al capturar la existencia caótica de un chico muy joven, así como el enorme estrés que le impone el resto del mundo sin siquiera pensarlo. Pero, al final del día, ésta es su propia experiencia sobre Donde viven los monstruos. Y aunque es muy interesante, de lo que tuve ganas al leerla fue de revisitar mi propia experiencia del libro”.
Y quizá de eso se trate: Eggers lo reconoce. “En la novelización, pensé que iba a usar lo desechado en el proceso de escritura del guión, que suele ser mucho. Pero, mientras escribía, iba empujando la narración hacia un territorio que era personal para mí. Así que la película es la versión de Spike del libro de Maurice, y la novela es mi versión.”

Imaginacion y emocion

En el documental Tell Them Everything You Want, realizado en la casa de Maurice Sendak en Connecticut, el autor parece haber logrado una sincera amistad con Spike Jonze. Le gustó la película, y también la novela de Eggers; le gustó el juego y el desafío. El mismo insistió para que el novelista y el director escribieran sus propios monstruos. Cuenta Spike Jonze: “Una de las cosas que me preocupaban era que mucha gente ama este libro. Y cuando empecé a tener ideas para la película que iban lejos del libro, me preocupaba porque eran cosas que tenían significado para mí, cosas que el libro me había disparado personalmente. Sentía que la gente iba a decepcionarse, porque se parecía mucho a adaptar un poema: significa cosas diferentes para todo el mundo. Pero Maurice insistió en que hiciera una película y un guión personal, que tomara a los chicos en serio. Me contó que su libro fue considerado peligroso cuando se editó. Los críticos lo destruyeron, porque entonces no se hablaba así de los chicos. Y pasaron dos años hasta que el libro por fin llegó a las bibliotecas, y los chicos lo descubrieron. Ahora es un clásico. Siempre es difícil adaptar un clásico, pero Maurice nos ayudó mucho”.
Y es que Sendak no se considera un clásico. Ama lo que hace, y todavía cree que tienen un libro adentro, un libro que describe como simple, corto y bello; un libro que le dedicará a su hermano. Pero teme ya no tener tiempo. Y piensa en todos los artistas que murieron sin saber que serán recordados, y vuelve a insistir con que no puede encontrar felicidad en su vida. Entonces, en el documental que dirige, Jonze lo presiona un poco más y le dice: “Vamos, Maurice, hay algo que te debe satisfacer, algo que te debe llenar de alegría”. Y el artista piensa y finalmente lo encuentra: “La única verdadera felicidad en mi vida es dibujar. Todo lo que me atormenta se desvanece cuando lo hago, porque es lo que quiero hacer y sé que lo hago bien. Por qué estoy fijado en la niñez, no lo sé. Quizá porque en el fondo no creo en esa demarcación, o porque creo que se les debe hablar de otra manera, que se les puede decir cualquier cosa mientras sea verdad. O quizá porque, supongo, es en la infancia donde se quedó mi corazón”.

Donde viven los monstruos, el libro original de Maurice Sendak, está editado por Alfaguara.

La película de Spike Jonze sale el próximo miércoles 7 directo a DVD.

Los monstruos, la novela de Dave Eggers, fue editada hace poco por Mondadori.

Y el documental Tell Them Everything You Want circula por Internet, lamentablemente sin subtítulos.



Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/subnotas/6294-1144-2010-07-05.html

Lo que sé

Yo no escribo para chicos. Yo escribo. Y alguien más dice: “Esto es para chicos”.
Nunca me propuse hacer felices a los niños. O mejorarles la vida, o hacérselas más fácil. No me gustan mucho, así como no me gustan mucho los adultos. Bueno, para ser sincero debería decir que me gustan un poco más los chicos que los adultos, porque los adultos no me gustan para nada.
Firmar ejemplares es horrible, estúpido, no significa nada. Y a mí ni siquiera me sirve para seducir a las madres bonitas de los niños lectores, porque soy gay.
El estado de la literatura infantil actual es abismal. Catastrófico. Una de las razones para que así sea es que hay demasiados libros para chicos.
Somos animales, violentos, criminales. No somos tan diferentes de los simios, esas hermosas criaturas. Y se supone que debemos ser civilizados, ir a trabajar todos los días, ser amables con nuestros amigos, enviar tarjetas de Navidad, todas esas cosas que nos perturban profundamente porque están en contra de lo que haríamos naturalmente.
Elegí un género muy modesto, la literatura infantil, y me escondí en este género para poder expresarme plenamente en él. Lo elegí por timidez y estiré sus límites todo lo posible.
No escribí Donde viven los monstruos por dinero. En los años ‘50, los libros para chicos eran el último peldaño del mundo literario. No creo que Madonna hubiese escrito un libro para chicos en los ‘50.
Nací en 1928. Y lo que más recuerdo de mi infancia es el secuestro del bebé Lindbergh. Cuando sucedió yo tenía tres años y medio y me acuerdo de todo. Recuerdo la voz de su madre en la radio, pidiéndoles a los secuestradores que usaran Vick para el catarro del bebé. Yo tenía miedo de que me secuestraran y tenía miedo de morir. Era un chico enfermizo y mis padres no eran discretos emocionalmente: siempre creían que iba a morirme y lloraban cuando tenía fiebre. Supe que era mortal desde muy joven. Con el bebé Lindbergh hice un asociación muy rara. Pensé que este bebé no podía morir porque era rubio y rico, vivía en una mansión, su madre era la princesa del universo y su padre un capitán. No podía soportar que ese chico muriera. Mi propia vida dependía de que él fuera rescatado, porque si ese chico se moría, yo no tenía ninguna oportunidad: yo era pobre, feo, hijo de inmigrantes. Y cuando el bebé fue hallado muerto, algo fundamental murió dentro de mí. O, quizás, algo nació: mis historias, estas sombras que están en la vida de los chicos que no son felices ni tienen con quién hablar.
Los chicos tienen que saber que hay cosas malas. También tienen que saber que hay gente a su alrededor que los ama y los va a proteger, pero que no pueden detener las cosas malas.
Los chicos son valientes porque son inocentes. Tienen la enorme inocencia de no saber que el mundo puede ser un lugar tan malvado.
No nos podemos deshacer del mal. No podemos, lo siento internamente. Y hay tanta estupidez en el mundo que no queda coraje. Estoy perdiendo la esperanza. Y no quiero que eso me pase. Vivo cada día. Estoy bastante bien. Trabajo. Duermo. Canto. Camino. Pero estoy perdiendo la esperanza.
Estoy obsesionado con la muerte. Me parece una aventura. Peter Pan lo dijo. Curioso que lo cite, porque no me gusta J. M. Barrie. Detesto cómo ha sentimentalizado a los chicos, cómo los ha hecho bonitos y encantadores. Pero si uno mira el corazón de Peter Pan, es un chico obsesionado con la muerte, con miedo de vivir. Si uno le saca las estupideces de Hook y la musiquita, es una historia muy extraña.
Cuando iba a preescolar y tenía seis años, estaba jugando con mi amigo Lloyd en un callejón entre edificios de departamentos en Brooklyn. Eran los lugares más seguros para jugar. Jugábamos a la pelota. En un momento la tiré muy alto y él trató de alcanzarla pero no pudo y la pelota se fue a la calle. Y él hizo lo que siempre nos decían que no hiciéramos, correr del callejón a la calle: era peligroso porque los autos no podían verte salir de ahí. No me acuerdo del auto, pero me acuerdo de Lloyd volando. Cuando cayó, ya estaba muerto. Murió en el instante en que fue atropellado. Y, desde entonces, noto que en mis historias muchos de los personajes niños vuelan.
No sé cómo controlar mis demonios. Cuando me pongo muy ansioso leo a Mellvile, William Blake y Emily Dickinson. Cuando los leo, siento que la vida tiene un propósito. Lo mismo me sucede cuando escucho a Mozart. Es en lo único en que creo, en lo que tengo fe: en el arte. Mellvile es, para mí, un dios.
Siempre me sorprendió mi éxito y no soy un cínico. Dejar un legado es reconfortante. Pero no entiendo cuando la gente me dice “Cómo podés estar deprimido, Maurice, si tus libros van a vivir para siempre”. Bueno, pero yo no voy a vivir para siempre. A quién le importa la vida de los libros. Lo que me importa es mi vida, desde este momento hasta el de mi muerte. Si voy a poder trabajar y ser independiente.
Ser joven fue horrible. Una pérdida de tiempo. Fui muy infeliz. Cuando la gente me pregunta a qué edad querría volver, les digo sinceramente que a los 68 o 69.
La mayoría de mis libros están relacionados con el Holocausto. No de una manera obvia, pero el tema está siempre ahí. Toda mi vida es el Holocausto. Mis padres vinieron de Europa por casualidad, a buscar trabajo, mucho antes de que existiera el nazismo; conocían, claro, el antisemitismo, pero estaban acostumbrados. Es un milagro que yo haya nacido en Estados Unidos y que sobreviviera.
La niñez es una etapa. En Donde viven los monstruos o El Mago de Oz se habla de eso: de no ser un chico para siempre y de reconocer que la infancia es un momento de la vida. Un libro infantil no debe tratar de convencer a los chicos de que son chicos. Hay cosas que no saben y el punto es compartir lo que uno sí sabe con ellos, como adulto.
La gente me pregunta por qué no hago Donde viven los monstruos. Parte 2. Los mando a la mierda. Qué idea terrible. Yo no soy una puta.
Me criaron para que sintiera culpa. Cuando no quería cenar porque mi madre era una cocinera horrible, ella me gritaba: “¡Pensá en tu primo que no puede comer porque murió en un campo de concentración y antes, además, lo habían casi matado de hambre!”. Yo odiaba a todos esos niños muertos en el Holocausto.
Si hubiera tenido un hogar feliz, no hubiese sido un artista. Mis padres vivieron vidas desesperadas; mi hermano y yo fuimos crueles con ellos. Especialmente con mi madre. Pero no entendíamos. Eramos chicos. No sabíamos que ella estaba loca.
Mi pareja, Eugene, y yo nunca pensamos en adoptar. Yo soy demasiado disfuncional. Siempre supe que le arruinaría la cabeza a una criatura.
Estoy totalmente loco, lo sé. No lo digo para hacerme el interesante: sé que por eso mi trabajo es bueno, porque viene de un lugar de locura. Jamás pequé de falsa modestia.

MAURICE SENDAK* (1928-2012)

*Maurice Sendak fue uno de los autores más extraordinarios en pintar el paisaje emocional de la infancia: sus libros, en general considerados para niños por unir de manera muy sintética e imaginativa sus dibujos y las palabras, saben llevar a ese lugar al que sólo puede ir la inteligencia de un chico, donde lo terrorífico, la inocencia y el amor bailan una danza juguetona y macabra a la vez. Hace un par de años, Spike Jonze adaptó impecablemente para el cine su clásico Donde viven los monstruos, de 1963.

texto: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-7927-2012-05-13.html